27 de marzo de 2012

Una recomendación



Últimamente he escrito mucho, muchísimo, más que nunca. Estoy muy satisfecho con las primeras páginas del libro, aunque soy consciente de que se trata del primer borrador y nada más que eso. Aún así he sacado tiempo de dónde no lo había para poder leer una trilogía maravillosa.

La saga en cuestión se llama "La primera Ley" y la escribe Joe Abercrombie, escritor abalado por el mismísimo George R.R Martin. Los libros que la componen son: La voz de las espadas, Antes de que los cuelguen, y el Último argumento de los reyes.
Esta trilogía ha dado a conocer a Abercrombie, que se ha postulado como uno de los autores de literatura épica-fantástica a seguir en los próximos años.

Otro de sus libros, "La mejor venganza" (Best served cold, en el título original)-novela independiente pero que tiene mucho que ver con el mundo trazado en la trilogía mencionada- ha sido definida por George R.R Martin como "una epopeya sangrienta e implacable...su mejor libro" El propio Martin dice:

"Entre sus personajes hay tiranos y torturadores, un par de envenenadores, un asesino en serie, un borracho traidor, un oscuro bárbaro y un sangriento mercenario. Y éstos son los buenos...Las batallas son vívidas y viscerales, la acción brutal, el ritmo imparable y Abercrombie amontona las traiciones y los giros de la trama de forma que no dejamos de preguntarnos cómo acabará todo"



Tras esas palabras, poco más puedo decir. Recomiendo fervientemente la lectura de Abercrombie a aquellos que todavía no han tenido el placer de leerlo.

13 de marzo de 2012

Un paso atrás y dos hacia delante

Las veleidades de mi personalidad hacen que la historia que estoy escribiendo vuelva a alejarse de lo histórico. Bien, qué le vamos a hacer. Quiero respetar tanto la Historia que pasaba horas y horas planteándome continuas preguntas sobre asuntos que no alcanzaba a averiguar. Eran muchas las lagunas históricas que me encontré en el camino, así que decidí volver a la idea original basándome en aquello que había pensado para mi novela histórico-fantástica. Estoy bastante satisfecho con el guión que he redactado, pese a que todavía quedan muchos vacíos por rellenar.

Así que, al fin, he vuelto sobre mis pasos y he disfrutado como nunca permitiéndome la licencia de crear un mundo que no es otra cosa que un reflejo demudado de la Virginia estadounidense del siglo XIX. Sí, es un mundo inventado, aunque totalmente verosímil, fácil de asimilar. Es nuestro mundo, pero adaptado a mis ideas.
Es sorprendente lo libre que se siente uno al vagar sus pensamientos por un lugar sin barreras, cuyas únicas fronteras son las que eliges establecer. Libertad, esa sensación que tanto anhelará el protagonista de mi historia, es lo que he sentido al redactar el guión, es lo que espero sentir escribiendo el borrador inicial y es lo que espero que arregle esta inconstancia mía que tanto me atormenta.


Aquí dejo un fragmento del primer capítulo que he escrito, es algo provisional y muy posiblemente acabe modificándose en mayor o menor medida, pero el hecho de mostrar mi trabajo es un acicate que no debo rechazar.




Capítulo 1: El desnudo de la medianoche.

Definitivamente, lo odiaba. Ese estúpido señor Turner, con su falsa modestia y sus afectadas sonrisas amarillentas, le sacaba de sus casillas, no había nadie a quien odiara más, excepto, claro está, a su hijo: el joven, vanidoso y baboso Clifford Turner. El mayor mamarracho de Nelasure, el mayor imbécil del condado de Soptom, el cabrón más engreído de todo el estado de Vaira. Ese era el joven con quien tenía que bregar mientras su padre estaba demasiado ocupado en una de tantas reuniones con el señor Turner. Esta vez, por suerte, su padre había dejado que se quedara en casa. Y ahí estaba, descansando al calor de la crepitante chimenea. Las llamas subían y bajaban, se entrelazaban en un baile hipnótico que absorbía toda su atención. No había nada que le relajara más que las caricias etéreas del fuego. Cerró los ojos y se recostó en el mullido sillón, notó que se vencía hacia dentro, señal inequívoca de años de denodada resistencia al trasero de su padre. Eran muy pocas la veces que su padre le permitía quedarse sola, por no decir inexistentes. Antes, cuando Laila aún vivía con ellos, cuando todavía se consideraba una niña, se quedaban las dos solas vigilándose la una a la otra. Pero las cosas habían cambiado. Alejó el recuerdo pueril de su mente y la vació por completo. Le gustaba no pensar en nada, era incluso más relajante que las llamas que ardían ante ella. Pero lograr mantener la cabeza vacía durante un dilatado lapso de tiempo era tan probable como una lluvia en el desierto, así que pronto sus pensamientos volvieron a navegar entre las aguas de su joven memoria, mientras las sombras proyectadas por el fuego se estremecían a su alrededor. Y así yació hasta que el sueño la venció.

Tal vez fuera el viento que castigaba la fachada de una casa ya de por si demasiado vieja, tal vez una tormenta estuviera empezando a fraguarse a lo lejos, quizás fue el aullido de algún animal, incluso cabía la posibilidad de que su padre hubiera regresado. Sin saber la razón, Leira se despertó de golpe, abriendo mucho los ojos mientras su corazón latía frenético sin motivo aparente. Ladeó la cabeza atemorizada y se giró sobre sí misma para escudriñar las sombras del salón en penumbra. En la chimenea apenas quedaban unas pavesas carbonizadas de lo que antes fue un vigoroso fuego. Las sombras parecían cernirse sobre ella, ahogándola, haciendo que el nudo que sentía en la garganta se hiciera más y más grande a cada momento. Si hay algo peor que el miedo, es sentirlo sin saber por qué. Es la sensación de que algo no marcha bien. Una impotencia amedrentadora que te anega el estómago, lo revuelve y hace que tiembles. El temblor despierta el miedo a ser descubierto, los latidos del corazón parecen tronar con el estruendo de una tormenta de verano. Ya no escuchas nada en absoluto, solo tu propio miedo que se extiende como una plaga en tu interior. Eso sentía Leira, eso y mucho desconcierto. Algo parecía haberla sobresaltado, arrancándola de sus sueños. Pero no sabía el qué. De pronto, todo quedó en silencio. Solo los latidos de su corazón perforaban una atmósfera tan densa que podría cortarse con un cuchillo. Exhalaba el aire y lo expulsaba sonoramente, pese a sus intentos por evitarlo. Algo pasó detrás suyo, su melena pelirroja se meció suavemente, como acariciada por una brisa repentina. Se le heló la sangre, sintió frío, se abrazó las rodillas con los brazos y hundió la cabeza entre ellas. ¿Por qué lo hizo? Leira ni siquiera lo sabía, fue lo primero que se le ocurrió. La brisa, sin embargo, no volvió a mecer su cabello y por un instante, un muy diminuto y brevísimo instante, creyó estar a salvo.
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