Cuando escribir se convierte en una obligación -impuesta por uno mismo- deja
de tener ese atractivo casi místico que lo convierte en la mejor manera de
ocupar un tiempo que restaría vacío u ocupado en banalidades huecas.
Cuando las obligaciones -sean del tipo que sean- empiezan a colmar mi
tiempo, encontrar un espacio para la creatividad me resulta tan complicado como
intentar volar sin alas. Sucede que son tantas las cosas que rondan por mi
cabeza que cuando logro acabar con todas las responsabilidades apenas me quedan
fuerzas para ponerme a escribir, relajarme y divertirme.
Cuando la creatividad se esfuma entre una brumosa telaraña de tareas
tediosas es el momento de parar y respirar. Hacer un alto en el camino y
mirar alrededor. Observar desde la distancia el trabajo realizado y encontrar
una serenidad perdida en algún recodo de mi ser.
No soy capaz de ponerme a escribir en las épocas altamente comprimidas. No,
no puedo. Y me culpo por ello, y me castigo por mi poca voluntad, pienso en lo
desdichado que soy y lo poco sacrificado que es mi espíritu. Pienso en mi
debilidad anímica y algún remedio para combatirla.
Sin embargo, ahora estoy escribiendo. Desahogándome y descomprimiendo toda
la tensión y el hartazgo acumulado durante días de inactividad literaria.
Plasmar con palabras algunas reflexiones resulta ser revitalizante, como un
elixir balsámico y meloso. Espero desembarazarme de este lastre que yace en mis
entrañas y retomar la redacción de mi primer libro, del cual ya he escrito los
primeros doce capítulos. De algunos estoy orgulloso, otros me dejan un poco
frío. Queda poco para acabar la primera parte de la historia. Esa es la
principal razón que he encontrado para dilatar la redacción. Son episodios muy
importantes y cargados de emotividad, jalonados de situaciones extremas que
merecen toda mi atención. Una atención que, en estos momentos, no puedo
brindarle. Creo que mis personajes merecen un respeto, que sus vidas son
importantes aunque yo sea el único que las conozca. Ellos son parte de mí y,
así como no puedo traicionarme a mí mismo, escribir desganado sería una falta
de respeto hacia estas personas que han cobrado vida en mi interior.
Escribir es un placer, pero cuando deja de serlo
necesito parar. Eso es lo que pensaba. Curiosamente, desde esa quietud que
considero necesaria, he sentido la necesidad de escribir estas líneas. Escribo
porque me divierto y apasiono, pero también porque en la escritura encuentro el
mejor remedio para calmar las aguas que enturbian mi alma y disipar la bruma de
mi inconstancia.
E.