1 de mayo de 2012

Razones para escribir

Cuando escribir se convierte en una obligación -impuesta por uno mismo- deja de tener ese atractivo casi místico que lo convierte en la mejor manera de ocupar un tiempo que restaría vacío u ocupado en banalidades huecas. 

Cuando las obligaciones -sean del tipo que sean- empiezan a colmar mi tiempo, encontrar un espacio para la creatividad me resulta tan complicado como intentar volar sin alas. Sucede que son tantas las cosas que rondan por mi cabeza que cuando logro acabar con todas las responsabilidades apenas me quedan fuerzas para ponerme a escribir, relajarme y divertirme. 

Cuando la creatividad se esfuma entre una brumosa telaraña de tareas tediosas es el momento de parar y respirar. Hacer un alto en el camino y mirar alrededor. Observar desde la distancia el trabajo realizado y encontrar una serenidad perdida en algún recodo de mi ser. 

No soy capaz de ponerme a escribir en las épocas altamente comprimidas. No, no puedo. Y me culpo por ello, y me castigo por mi poca voluntad, pienso en lo desdichado que soy y lo poco sacrificado que es mi espíritu. Pienso en mi debilidad anímica y algún remedio para combatirla.

Sin embargo, ahora estoy escribiendo. Desahogándome y descomprimiendo toda la tensión y el hartazgo acumulado durante días de inactividad literaria. 
Plasmar con palabras algunas reflexiones resulta ser revitalizante, como un elixir balsámico y meloso. Espero desembarazarme de este lastre que yace en mis entrañas y retomar la redacción de mi primer libro, del cual ya he escrito los primeros doce capítulos. De algunos estoy orgulloso, otros me dejan un poco frío. Queda poco para acabar la primera parte de la historia. Esa es la principal razón que he encontrado para dilatar la redacción. Son episodios muy importantes y cargados de emotividad, jalonados de situaciones extremas que merecen toda mi atención. Una atención que, en estos momentos, no puedo brindarle. Creo que mis personajes merecen un respeto, que sus vidas son importantes aunque yo sea el único que las conozca. Ellos son parte de mí y, así como no puedo traicionarme a mí mismo, escribir desganado sería una falta de respeto hacia estas personas que han cobrado vida en mi interior. 

Escribir es un placer, pero cuando deja de serlo necesito parar. Eso es lo que pensaba. Curiosamente, desde esa quietud que considero necesaria, he sentido la necesidad de escribir estas líneas. Escribo porque me divierto y apasiono, pero también porque en la escritura encuentro el mejor remedio para calmar las aguas que enturbian mi alma y disipar la bruma de mi inconstancia.

E.

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