9 de diciembre de 2011

Empezar

¿Qué hacer cuando el deseo de escribir pugna con la inconstancia? ¿Qué hacer si la naturaleza propia de la personalidad supone una barrera al arrojo y la determinación? ¿Qué hacer cuando cualquier cosa, por insignificante que esta pueda ser, te distrae de tus objetivos quiméricos para alcanzar la felicidad? ¿Y si todo esto, el ansia de escribir, se evapora por momentos y se esconde en un rescoldo de mis pensamientos?
Saber que uno es ambivalente, inconstante, tibio, que posee una mente cambiante a más no poder, movida por reacciones antojadizas ante los contextos que lo dominan, es ya el primer paso hacia el cambio. Pero, si es ese cambio el que te impide avanzar, el que te atrapa en un bucle de pensamientos cargados de reproches e inseguridades, de miedo, de sueños por cumplir, pasajes tan oníricos que la propia imaginación los desecha inconscientemente…
— ¿De verdad quieres ser escritor?
— Sí.
— ¿Entonces por qué no escribes?
— Falta de tiempo.
— ¿Estás seguro?
— No.
— ¿Por qué?
— No lo sé.
— ¿Alguna vez has pensado que piensas demasiado?
— ¿Se trata de alguna paradoja inquisitiva?
— ¿Cómo dices?
— Nada, olvídalo.
— ¿Quieres ser escritor?
— Sí
— ¿De verdad?
— Nada me gustaría más.
— ¿Entonces, por qué no escribes?
— Carezco de concentración
— ¿De verdad?
— Más o menos.
— Eso no es una respuesta
— Es una respuesta parcial
— Basta de parcialidades.
— No tengo determinación
— Pero conoces la existencia de tu falta de determinación
— Sí
— ¿Quieres ser escritor?
— Mil veces sí.
— ¿Entonces, por qué no escribes?
— No soy lo suficientemente bueno.
— ¿De verdad?
— Sí.
— ¿Cómo puedes saberlo si nunca escribes?
— Lo sé
— No puedes saber algo que no existe. ¿Quieres ser escritor?
— Rotundamente sí.
— ¿Entonces por qué no escribes?
— Porque pienso demasiado.
— Continúa
— Dedico más tiempo al pensamiento que a la acción, vivo de suposiciones y olvido los hechos. Siento la necesidad de planificar el futuro obviando el presente. Me mortifica no alcanzar mis objetivos.
— ¿Qué objetivos?
— Infinidad de ellos. Varían según el día.
— Céntrate.
— Soy inconstante.
— ¿Cuál es la raíz de tu inconstancia?
— Tal vez pienso demasiado.
— Eso ya lo has dicho.
— Tal vez pospongo mis acciones para evitar el fracaso.
— ¿Qué fracaso?
— El mío.
— Sé más concreto
— Temo escribir y caer al vacío, temo enfrentarme a la página en blanco y cerciorarme de mi incapacidad. Temo tantas cosas que no sé ni quién soy o en quien quiero convertirme.
— Explícate.
— Cuando imagino mi futuro ideal me veo escribiendo y viviendo de ello.
— ¿De verdad?
— Sí
— ¿Crees que es posible?
— No
— Todo el mundo puede escribir
— Pero no todos pueden hacerlo bien.
— ¿A qué te refieres?
— No todos triunfan.
— ¿Te preocupa alcanzar el triunfo?
—Sí.
— Te equivocas, he aquí la raíz de tu inconstancia.
— No entiendo.
— Olvídate del futuro y del triunfo venidero. Despréndete de la maraña de pensamientos que no te dejan avanzar. Escribe, sin más.
—...
— ¿Quieres ser escritor?
— Sin duda.
— Entonces, escribe.

E.

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